A medida que la guerra en Ucrania se prolonga y las sanciones comienzan a hacer efecto, surgen preguntas clave. ¿Cuánto tiempo puede permanecer en el poder el presidente Vladimir Putin? ¿Será derrocado en un golpe de palacio, como rumores recientes? han sugerido? ¿Y puede el sistema de gobierno centralizado que construyó sobrevivirlo?
Nosotros puede encontrar respuestas descuidadas a estas cuestiones en la Constitución rusa. Este documento, y su importancia olvidada para la autoridad de Putin, sugiere que aunque es probable que Putin permanezca en el cargo a corto plazo, Rusia enfrenta una inestabilidad significativa a largo plazo.
Presidencialismo de la corona rusa
La historia convencional del control de Putin sobre la presidencia apunta correctamente a su poder informal sobre las élites de Rusia, basado en su formación en espionaje. Pero estas cuentas olvidan el papel central de las reglas constitucionales formales para mantener a Putin en la cima.
La historia comienza hace casi 30 años, en medio de las ruinas del colapso de la Unión Soviética. Después de que Rusia estuvo a punto de caer en una guerra civil en el otoño de 1993, el entonces presidente Boris Yeltsin hizo cambios clave en el borrador constitucional en funcionamiento.
No cambió las disposiciones que protegen los derechos individuales, pero sí insertó reglas que sentaron las bases para una presidencia inmensamente poderosa, que pudiera dominar tanto la política formal como la informal. Este diseño constitucional de “corona presidencial” ha socavado la construcción del estado democrático ruso desde entonces.
En la década de 1990, Yeltsin y sus partidarios occidentales vieron estos poderes como un recurso necesario, una especie de “ariete democrático” capaz de tomar las decisiones difíciles (ya menudo impopulares) que se consideraban necesarias para construir una economía de libre mercado. Yeltsin usó estos poderes constitucionales para llevar a cabo reformas económicas neoliberales y librar una guerra brutal en Chechenia.
Pero, constreñido por Occidente y algunos de sus asesores, Yeltsin también descentralizó el poder a los gobernadores regionales y toleró una prensa pluralista. Centrándose en estos controles sobre el poder presidencial, así como en la larga lista de derechos y garantías democráticas en la constitución, la mayoría de los observadores y comentaristas declararon que Rusia es una democracia joven.
Todo esto cambió en 2000, cuando Vladimir Putin se convirtió en presidente. Al declarar una “dictadura de la ley”, Putin autorizó a las instituciones legales centrales para hacer cumplir el sistema constitucional de dominación presidencial de Rusia.
Esto permitió a Putin afirmar el control personal sobre los oligarcas y los gobernadores regionales. También le permitió monopolizar los medios de televisión, dándole control sobre el tipo de información política que se le da al pueblo ruso.
Desde entonces, Putin ha seguido dependiendo en gran medida del orden constitucional para mantener su poder personal. A raíz de las elecciones fraudulentas de 2011, Putin usó su control sobre los fiscales y los tribunales para tomar medidas enérgicas contra un creciente movimiento de oposición.
En 2020, él disposiciones clave modificadas en la constitución para consolidar aún más el control personal sobre la política rusa. Estos poderes presidenciales siguen siendo un aspecto crítico de su poder personal en la actualidad.
¿Qué significa esto para el futuro de Rusia?
Este papel central del derecho constitucional en el gobierno ruso nos dice mucho sobre el futuro de Rusia. A corto plazo, los amplios poderes otorgados a la oficina del presidente garantizarán la estabilidad rusa, lo que permitirá a Putin retener asociados leales y eliminar a los disidentes.
Sin embargo, a largo plazo, estos poderes presidenciales fomentarán la inestabilidad rusa. La personalización del poder en este tipo de sistema ya ha debilitado a las instituciones (como el ejército ruso) y ha desencadenado una mala toma de decisiones (como la decisión de invadir Ucrania). Estos problemas empeorarán.
La cuestión de quién reemplazará a Putin también desencadenará una lucha amarga y desestabilizadora para hacerse con el control de la presidencia rusa. Una Rusia posterior a Putin debe cambiar estas reglas constitucionales no solo para construir la democracia, sino también para garantizar la estabilidad a largo plazo.
Además, el hecho de que Occidente respaldara este sistema constitucional en 1993 muestra cuánto tenemos que aprender sobre la centralidad de las disposiciones constitucionales que garantizan controles y equilibrios sobre el poder presidencial para garantizar la democracia y los derechos humanos.