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El punto principal de Chang es que la experiencia manufacturera de EE. UU. se ha erosionado en los últimos 40 años, por lo que es poco probable que el país pueda igualar a sus competidores asiáticos.
Ese fue uno de los “sorpresas feas” para TSMC cuando instaló su primera planta en Estados Unidos hace un cuarto de siglo, dijo el fundador de la empresa. Incluso ahora, después de muchos años de mejoras, los chips de su planta estadounidense cuestan un 50 por ciento más que los producidos en Taiwán.
Hasta hace poco, estos no eran temas que generaran demasiada preocupación en Washington o Silicon Valley. Durante años, las empresas estadounidenses de chips se han alegrado de centrar sus esfuerzos en aquellas partes de la compleja industria mundial que requieren la menor inversión de capital y prometen los mayores márgenes de beneficio.
El resultado ha sido una sólida posición global en áreas como el diseño de chips (a través de empresas como Nvidia y Qualcomm), equipos de fabricación de chips (Applied Materials y Lam Research) y el complejo software necesario para diseñar chips (Cadence y Synopsys).
LAS EMPRESAS DE DISEÑO DE CHIP DE CHINA PUEDEN IGUALAR ALGUNAS DE LAS MEJORES DE AMÉRICA
Dos cosas han hecho que esta estrategia parezca menos sostenible. El primero ha sido la amenaza a la seguridad nacional y económica de la sobreconcentración en Asia de la fabricación de chips. Esa dependencia ha sido puesta de manifiesto por la crisis de la cadena de suministro posterior a la pandemia. Si los planes de China sobre Taiwán desembocan en un conflicto militar, la crisis de suministro de hoy palidecería hasta la insignificancia.
