Pero esta proporción es similar a la de economías mucho más pequeñas como Canadá o Australia, y está muy por debajo de lo que han estado proyectando los analistas.
El obstáculo es la confianza: los extranjeros desconfían de un estado entrometido, pero lo que es más importante, los chinos desconfían de su propio sistema financiero. China ha impreso tanto dinero para estimular el crecimiento durante la última década que la oferta monetaria ahora eclipsa la economía y los mercados.
Ese capital puede huir cuando se le presente la oportunidad. Cuando Beijing se enfrentaba a importantes salidas de capital hace siete años, el gobierno impuso controles para evitar la fuga de capitales. Todavía tiene que levantarlos.
En cambio, China se ha vuelto financieramente hacia adentro. Desde 2015, la participación del yuan en los pagos a través de la red Swift para transacciones bancarias internacionales se ha reducido en una quinta parte, desde un nivel ya insignificante por debajo del 3 por ciento.
Un índice ampliamente seguido que clasifica a 165 países según la apertura de la cuenta de capital coloca a China en el puesto 106, empatada con estados diminutos como Madagascar y Moldavia.
Si bien los inversionistas chinos no pueden invertir en el extranjero, los extranjeros se alejan de China debido a los intentos erráticos del gobierno de controlar el mercado. Eso ayuda a explicar por qué, a diferencia de otras naciones, las acciones en China no suben y bajan con el crecimiento económico.
LA DUDA GLOBAL SOBRE EL MERCADO CHINO LIMITA EL LLAMAMIENTO DEL YUAN
El economista Jonathan Anderson escribió recientemente que, teniendo en cuenta la volatilidad de sus precios y la amplitud de su oferta monetaria en relación con sus mercados, China es menos comparable a mercados emergentes como Brasil y Tailandia que a mercados fronterizos como Kazajstán o Nigeria, y “no debería ser parte de una cartera de mercados emergentes estándar”.