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El trabajo remoto involuntario durante la pandemia obligó a muchas personas a reorganizar sus hogares con fines laborales, y esos arreglos perduran. Pero parte del problema es que la mayoría de las oficinas aún no permiten la misma flexibilidad.
DIFUSIÓN DE LAS FRONTERAS DEL TRABAJO DE OFICINA
Hay excepciones. Lego hizo planes para su nuevo «campus» en su sede de Dinamarca antes de la COVID-19, pero parece ideal para un nuevo mundo donde los límites del trabajo de oficina son borrosos.
Se supone que “brinde un espacio para que todos los colegas se conecten y jueguen durante y después horas de trabajo” (cursivas mías). Cuenta con un gimnasio, cocinas comunes, un cine y alojamiento para empleados visitantes.
Campus es una descripción adecuada para el complejo, que se inauguró en abril. Los estudiantes de las escuelas de negocios reconocerán la combinación de trabajo, recreación, cultura y estimulación culinaria de las universidades de todo el mundo.
Estas no son ideas nuevas. Al analizar los esquemas de diseño de oficinas en 2006, Jeremy Myerson y Philip Ross, veteranos observadores del futuro del trabajo, identificaron el surgimiento de cuatro «ámbitos» para el trabajo administrativo: la academia, un ámbito corporativo; el ágora, para el compromiso público, digamos con los clientes; el gremio, donde se conectan los colegas; y el albergue, donde el trabajo se superpone con el hogar.
En Unworking, un nuevo y oportuno libro sobre cómo reinventar la oficina, amplían algunas de las formas en que estos ámbitos se han vuelto cada vez más porosos, acelerados por la pandemia.
